martes, 5 de agosto de 2014

El ladrón de morfina - Cuenca Sandoval

Esta, digámoslo ya, es una excelente novela bélica, una excelente novela sin distinción de género. Pareciera que el posmoderno juego de autoría que recorre el libro fuera literal porque realmente pareciera obra de un autor americano y no español. En España, con una guerra tan espantosa como la civil, nunca hemos cultivado el subgénero bélico, en realidad ningún subgénero con demasiada eficacia. ¿existía antes de ésta alguna novela decente bélica? Pero es que además y a riesgo de ser considerado apátrida esta novela es tan buena que no pareciera española. Sí, hay buenos autores en nuestro país, pero grandes grandes se cuentan con los dedos de una mano, y aquí estamos ante algo grande. Mario Cuenca Sandoval, integrante de segunda fila de la llamada generación nocilla (lo de segunda tiene que ver con la aparente fama)presentó, esta, su segunda novela hace cuatro años, un delirio hermosísimo lleno de bellas y terribles imágenes en torno a la figura de un soldado, mitad ángel mitad humano inmerso en la barbarie de la guerra de Corea. Una guerra que por supuesto podría ser cualquier guerra. Novela lírica, por momentos pareciera un largo poema en prosa donde la acción que es reducida se ve salpicada por hermosísimas imágenes que se abren con la del paracaidista descendienco a los infiernos selváticos con su biblia personal, los cuentos completos de Poe. Hay otros homenajes literarios además de éste, desde Conrad a García Márquez, pues su Wilson Reyes pareciera salido de una de las aldeas del realismo mágico. Pero por encima de los guiños, de los juegos, está la personalísima voz del autor, una voz poderosa y sobre todo derrochadora de belleza. Mientras la mayoría de autores son capaces de escribir cuentos, incluso novelas, en torno a una imagen, a una reflexión, en la prosa de Sandoval, las imágenes se empujan y se regalan al lector de un modo tan generoso y rico que por momentos no podemos sino sentirnos deslumbrados ante el gozo extático de una literatura tan rica. A pesar de todas las cosas tan terribles que se cuentan, como no puede ser de otro modo en una obra del género, la voz poética siempre se encuentra en las alturas, como uno de esos ángeles de Rilke y nunca se entrega al gusto por lo burdo ni por lo grotesco como hace en ocasiones la mala literatura, el mal arte, con tal de alarmar, de impresionar, de magníficar el horror tratando de conseguir la relevancia a través de la exageración o del feísmo. En Cuenca las cosas son fascinantes, simplemente, aunque sean terribles no se pierde ese halo de misterio o de mirada virgen. Esperaba cosas buenas de este libro y de este autor por la fuente de la recomendación, pero mis expectativas se han visto superadas. Pronto escribiré otras entradas sobre este interesante autor, porque éste es el comienzo de una nueva amistad.

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